KYRION
En el puesto que ocupaba hay ahora una mujer con entrenamiento militar. La hago pasar por su secretaria. Es una forma discreta de protegerla sin que se altere o monte una de sus rabietas caprichosas.
Entramos a la oficina. También está llena de vida. Y entonces lo admito. Me ha cambiado. Su presencia aporta algo que no quiero perder. Suspiro al reconocer que he puesto todo lo que me importa en riesgo.
—¿Cómo te has estado sintiendo?
—¿De qué hablas? ¿Sintiendo en qué sentido? ¿Por seguir igual de encerrados desde que salimos del pueblo?
—No, me refería al entorno aquí. A la oficina. A tener a tus padres contigo.
—Bien. Aunque me resulta fastidioso tener que vivir así. Y simplemente porque tú no eres capaz de volver con tu mujer. Lo bueno es que ya comprendiste que entre nosotros no hay nada.
Me echo a reír. Me acerco.
—¿Así que crees que por la falta de tiempo de la que dispongo estoy renunciando a ti? ¿Al hecho de que eres y seguirás siendo mi mujer?
—No empieces con tus tonte