KYRION
—¿A dónde vas?
—Es mi hora de almuerzo y tengo cosas que hacer.
—¿Qué cosas? Solo quiero saber si tienen que ver con el embarazo —me pongo de pie y me acerco—. Quiero ser parte de... —me rasco la ceja, señalo su vientre.
—Ok, es tu derecho, supongo. ¿Puedo irme ya?
—¿Te llevo?
—Gracias, pero no. No tiene nada que ver con el embarazo. Volveré a tiempo para estar en mi lugar de trabajo. En cuanto al motivo por el que me quedé, espero que organices mis horarios y salario.
—Tenemos que hablar, Gema.
Me mira de arriba abajo como si intentara descubrir con qué cara digo semejante cosa.
—¿De qué exactamente? Porque no soy estúpida. Sé que ya lo sabes todo sobre el embarazo. ¿Te pasa algo? Me sorprende que no apliques tus clásicas exigencias. No preguntes lo que ya sabes, nos ahorramos tiempo.
Le sostengo la mirada, molesto. Supongo que ya es hora de aclarar la escena que la tiene tan cabreada.
—No dormí con Connie. Lo que viste fue un malentendido. Connie estaba ebria, y solo... le permití quedarse esa noche.
—Tus asuntos personales no me interesan. Y mucho menos me interesan explicaciones que no diste cuando eran necesarias.
Se gira sobre sus talones y se va. Decido no seguirla. Pero salgo. Necesito volver a mi territorio. A recuperar el control.
Conduzco a toda prisa. Llego a la empresa, camino como si el suelo fuera mío.
Abro la puerta de mi oficina y veo a Winston con tres personas.
—Todos fuera —señalo la salida con la puerta abierta—. ¡Dije fuera! —elevo la voz. —Tú no. Tú te quedas.
—Pero... —Winston intenta protestar.
—Cierra la puerta.
Me siento, molesto, y empiezo a mover el lápiz sobre el escritorio como si eso resolviera algo.
—¿Entonces me dirás qué sucede? —pregunta Winston con ese tono de te lo dije.
—Necesito que vayas con Rubber y cambies el auto que adquirí por uno rojo. Después redacta un nuevo contrato para Gema. Que entre dos horas más tarde y salga igual de temprano. Y su salario... el triple. Mándamelo al correo cuando esté listo.
—¿Bromeas? ¿Y cómo puedo yo conseguir algo similar?
—¿Te crees capaz de chuparme la polla como lo haría ella?
—Creí que había sido solo una noche.
Lo miro con molestia. No voy a contextualizar mi vida íntima con él.
—¿No te funcionó lo del auto?
Bajo la mirada y asiento. Muy leve. Lo justo para que mi dignidad no se disuelva del todo.
—Sería mucho más fácil si reconoces tu error y te disculpas adecuadamente por ello.
—¿Adecuadamente? ¿Qué puede ser mejor que darle miles de euros y regalos costosos?
—Pedir perdón de manera honesta, flores, detalles significativos, demostrar lo importante que es para ti, apoyo, comprensión. ¿De verdad no sabes lo que las mujeres prefieren?
Resoplo, sin mucha paciencia.
—¿Y tú qué propones para solucionar el asunto cuanto antes?
—Tal vez deberías considerar pedir perdón —dice como si nada.
Suelto una carcajada.
—¿No es suficiente con el aumento y ceder a sus caprichos?
—No lo sé. Descúbrelo tú —contesta con un encogimiento de hombros antes de salir de la oficina.
Me quedo jugando con el teléfono en la mano, dudando si llamarla. Decido que no. Mejor reviso el GPS y la sigo.
El mapa me guía a un lugar al que jamás la he visto ir. Bajo del auto y entro. Está ahí, sentada, bebiendo algo. Observa el vacío como si le debiera dinero. No parece feliz.
Todo va en calma… hasta que un imbécil se sienta a su lado. Ya no soporto más. Entro.
—S-señor Dellinger… —balbucea el exguardaespaldas, Walter, tan torpe como siempre—. Señor, no es lo que cree…
Lo agarro del cuello de la camisa.
—¿Qué demonios haces con mi mujer?
—Señor… —intenta justificarse, pero mi frente ya está estampada contra la suya antes de que termine la frase—. ¡Lárgate ahora mismo de aquí!
—El único que va a largarse eres tú —replica Gema, golpeándome el brazo con la taza.
—¿Qué rayos hay entre tú y este idiota?
—Lo siento, Walter —dice ella, molesta, mientras toma su bolso y se marcha como si nada.
—No vas a ningún lado —la sujeto del brazo.
—Suéltame, Kyrion.
Me fulmina con esa mirada fría que me irrita y enreda. Pero cuando frunce el ceño y lleva una mano a su vientre, la suelto de inmediato.
—¿Estás bien?
Ni me contesta. Solo se sacude y se va. Trato de seguirla, pero se sube a un taxi antes de que llegue.
Me vuelvo hacia Walter, que ya se ha puesto de pie.
—No es lo que parece. La señorita solo me pidió ayuda.
—¿Y por qué rayos te pediría ayuda a ti y no a mí?
Se encoge de hombros.
—¿Ayuda en qué?
—No sé si debería decírselo…
Lo vuelvo a encarar.
—Habla de una maldita vez.
—Está bien, está bien. La señorita Gema quería saber si era seguro volver a Colombia.
—¿Qué demonios estás diciendo?
Me señala unos documentos que ella parece haber olvidado.
Frunzo el ceño. Entre líneas, leo lo suficiente: le aseguran que su padre, supuestamente muerto a manos de grupos armados, está vivo. Y exigen una cantidad absurda por su liberación.
—¿Desde cuándo sabes esto?
—Desde que la señorita Cannie le… —se calla.
—¡Habla!
—La señorita Gema trató de pedirle ayuda a usted, pero la señorita Cannie la convenció de que no era asunto suyo. Que entre ustedes ya no había nada…
—¿Y te quedaste callado?
—Me ofrecí a ayudarla, ella pidió que no dijera nada… Y como ya no trabajo para usted, pensé que no le importaría.
Lo empujo con fastidio, agarro los documentos y sigo su ubicación hasta la empresa.
Ahí está. Sentada. Impecable. Como si no acabara de dejarme ardiendo de rabia.
Suspiro, me acerco y dejo los papeles sobre su escritorio.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Levanta el rostro, tranquila, sin pizca de culpa.
—No tengo necesidad de contarte mi vida. ¿Tienes el auto y lo que pedí?
—Debe estar llegando a mi correo. No evadas el tema. ¿Es por eso que querías tanto dinero? ¿Por eso insistías esos meses?
—Tienes trabajo que hacer. Y no te preocupes, sé perfectamente que mi padre está muerto. Que mi familia está muerta. Que solo somos Alekxer y yo.
Suelto una mueca al escuchar el nombre de mi hijo.
—Quiero saber qué pasa. ¿Necesitas ayuda?
—Te envié tu agenda al correo. Si necesitas algo, dímelo.
Intenta irse, pero la sujeto del brazo y la encamino a la oficina.
—¿Qué fue lo que te dijo Cannie?
—Fui clara. No tenemos nada en común de lo cual hablar, salvo el trabajo, el bebé o el divorcio. Si quieres saber algo de tu “mujer”, pregúntaselo a ella.
—Mi mujer eres tú. Mi esposa. Y quiero saber qué rayos te dijo, porque lo que sea que dijo… mintió.
Se queda en silencio. Me acerco, le levanto el rostro con la mano.
—Regresa a casa. Podemos solucionar esto.
—¿Me estás diciendo que ya me puedo ir a casa? Porque sí, lo agradecería muchísimo. Hay días en que me da flojera venir, y presiento que ahora que vas a estar por aquí, me será aún más difícil soportarlo. Creí que tendría un embarazo tranquilo.
Tenso la mandíbula.
—Deja la inmadurez. Sabes perfectamente de qué estoy hablando. Aún eres mi mujer. Nunca firmé y no pienso darte el divorcio.
—Es solo un estúpido papel. Para lo que me importa.
Hace ademán de irse. La jalo con firmeza. La beso. Me muerde. La beso más fuerte. Esta vez no responde. Se queda quieta. Me obligo a soltarla, sintiéndome un completo imbécil.
—¿Se puede saber qué demonios quieres para volver a casa? ¿Una mansión? ¿Que mate a alguien? ¿Que te baje las estrellas? ¡¿Qué rayos quieres, Gema?!