KYRION
Me mira sin decir nada.
—Estás haciendo un show. Hay personas viéndote. Mueve tu embarazado trasero a tu lugar de trabajo ahora mismo —le señalo el lugar con el ceño fruncido.
Comienza a salir. Me acomodo la camisa, asumiendo que conseguí el objetivo.
—Supongo que tendremos que usar la escalera —se acaricia el vientre y comienza a caminar.
Maldigo para mis adentros.
Debe ser el embarazo.
Niego con la cabeza al descubrirme justificando su inmadurez.
Me quedo allí viéndola como comienza a descender escalón por escalón, con cuidado y tranquilidad al mismo tiempo, como si no me hubiera provocado, como si no me conociera.
Decido no soportar su capricho.
Jamás he tenido que estar tras una mujer, y ella no será la primera.
O al menos de eso intento convencerme… antes de pasar por su puesto y sentir ese maldito olor que tanto extrañaba colarse en todos mis sentidos.
—Vas a pagar esto, Gema Díaz —me digo, mientras dentro del ascensor me rasco una ceja.
Al llegar, camino de un lado a otro esperando a que salga.
No puedo creer su actitud. No es la misma mujer.
Demonios, tiene que estar poseída.
Se me ocurre que debe ser mi hijo, que tendrá mi carácter, y se está reflejando en ella.
Cuando decido entrar por ella, la encuentro hablando con un tipo. Acelero el paso.
—Sea lo que sea que te está pidiendo mi esposa, me haré cargo —digo con un tono firme que no admite respuesta.
El tipo me mira, me reconoce y se retira.
Ella me ignora y comienza a caminar.
No puedo creer que esté siguiéndola.
Detiene un taxi, sin importar que estoy a su lado hablándole.
Me ignora.
Simplemente finge que su esposo y padre de su hijo no está a su lado.
—¿Qué demonios te pasa? —Sujeto su brazo antes de que entre al auto.
—Me retrasas. ¿Me sueltas? —Habla con la calma que justo ahora me hace falta.
Me niego a hacerlo. Solo la miro, sin palabras por su actitud.
—Está bien. Te haré el aumento y tendrás el dinero del auto en efectivo. Pero regresa a tu puesto.
No puedo creer que eso saliera de mi boca. Pero no es momento para cuestionarme.
—No confío en ti.
—Te lo aseguro. Sabes que mi palabra es respetada. Que es parte de mi honor.
Se acerca al hombre y le pide disculpas, luego de pensarlo unos segundos.
—Pensándolo bien, quiero el auto. Pero lo quiero en rojo. El aumento, salir un poco más temprano, llegar dos horas más tarde. Me cansa mucho en mi estado. Ah, sobre todo, quiero el divorcio. Que comprendas que no tenemos nada, que lo único de lo que hablaremos es de nuestro hijo. Por cierto, ya que quieres ayudar y es parte de tu responsabilidad… quiero helado, que sea de vainilla. No te demores —comienza a caminar como si hubiera dado una orden a su maldito empleado.
Me echo a reír.
—¿Quién rayos te crees?
Mi risa se borra por completo cuando responde, con total calma:
—La madre del hijo que se supone que debes cuidar.
Me froto la barbilla. Ella sigue caminando como si nada.
—Detente ahí, Gema Díaz —exijo. Siempre funcionó antes.
Sé que me escucha, pero ni se inmuta. Cuando la pierdo de vista, decido entrar.
Una vez que salgo del ascensor, la veo tecleando con agilidad frente al ordenador. Estoy tan molesto que entro directamente a la oficina. Cierro de un portazo, pero ni así consigo llamar su atención.
Me comienza a enviar los pendientes por correo, sin dignarse a mirarme. Ni siquiera por haber ignorado su orden. Muy bien. Profesional ante todo.
Intento como puedo encargarme del maldito trabajo, porque se podrá decir de mí lo que sea, pero incompetente no soy.
No puedo evitar mirar hacia su escritorio. Aunque no me ha mirado ni una sola vez, sé que es plenamente consciente de que la observo.
Pasa la primera hora y la veo levantarse. Cuando regresa, lo hace con un helado. Lo saborea con tanto deleite que, sin entender por qué, me siento culpable.
Su gesto al terminarlo deja claro que no fue suficiente. Y ahí estoy yo, sintiéndome como un imbécil por no haberle llevado uno. No es el helado, lo sé. Es lo que representa. Podría darle el mundo, y no fui capaz de darle eso. Qué ironía.
—Es por mi hijo —me repito, levantándome dispuesto a cumplir su capricho. Aunque haya sido una orden. Porque sí, aún no ha nacido quien pueda ordenar a Kyrion Dellinger... supongo. Pero si el antojo es de mi hijo, puedo tolerarlo.
Me detengo a unos pasos de su escritorio.
—¿Algún problema con mi trabajo? —pregunta.
Niego con la cabeza.
—Ya... ¿ya terminaste tu helado? —me rasco una ceja, para disimular lo idiota que sueno.
Me lanza una mirada de arriba abajo, y luego al pote vacío. Respuesta más que evidente.
—¿Necesitas algo? —pregunta mientras organiza su escritorio.
—¿Te apetece otro helado?
—No, gracias. Si lo quisiera, podría conseguirlo. Como hice con ese —me señala el recipiente vacío y sabe que ha conseguido que me sienta idiota.
—Solo digo que, si quieres otro...
—¡Que no! —levanta la voz, irritada.
Luego inhala, exhala. Intenta calmarse. Respira como quien se contiene para no lanzar una silla por la ventana.
—No necesito nada de ti, Kyrion. Te pedí el helado y lo ignoraste, como todo lo que no se hace cuando no te da la gana. ¿Sabes qué? Ya no soy esa mujer. Ya no espero, porque soy perfectamente capaz. Así que no, no necesito otro helado. ¿Algo laboral en lo que pueda ayudarte?
—No me pediste un helado. Me diste una orden. Y a mí...
—Sí, ya lo sé. A ti nadie te da órdenes.
Se sienta de nuevo. Y debo admitirlo: me deja sin palabras. Se lleva la mano al vientre y cierra los ojos. Se ve realmente molesta. Y eso es nuevo. Antes la había visto celosa, dolida, pero no así. No indiferente. Antes se desvivía por un poco de mi atención.
Ahora actúa como si no existiera. Continúa con su trabajo, responde llamadas. Ni una mirada en mi dirección.
Regreso indignado a mi oficina. Esta vez no aparto la vista de ella, aunque ella ni se inmute. Y eso me cabrea. Esto se suponía que sería fácil. El embarazo, los detalles, los lujos... pensé que con eso bastaría. Que una vida a mi lado, como siempre soñó, sería suficiente.
A la hora del almuerzo la veo levantarse mientras termino una llamada. Le hago una seña para que se acerque, y lo hace.
Sin colgar, le indico que se siente. Se queda de pie. Me apresuro a terminar.
—Se me está haciendo tarde —dice, mirando el celular.