GEMA
—¿No estoy despedida?
—Tu palabra no tiene validez sobre eso. No estás despedida. Estoy moviendo tu puesto para tu comodidad.
No le agradezco. No lo miro. Solo sigo la dirección por donde los hombres se llevan todo.
Me sorprendo, pero no lo muestro. ¿Cree que voy a vivir aquí? ¿Baño, nevera, sofá, una silla de masaje relajante?
Preguntarle si puede hacer eso sería lo correcto, pero hace lo que quiere, así que me callo.
—¿Dónde puedo cumplir con mi labor? —pregunto sin prestarle importancia al gesto.
—En mi oficina, hasta que terminen la remodelación.
Suspiro.
—¿Vamos a estar en la misma oficina?
—¿Te molesta?
Ruedo los ojos. Al parecer no comprende cuánto me incomoda su presencia. Su existencia.
—Da igual —respondo, alejándome de él. Me dirijo a su oficina. Por suerte, mi nuevo espacio está a una distancia prudente.
Me siento y comienzo a trabajar. Lo siento entrar, pero finjo que no. Empiezo a organizar su agenda y a enviarle actividades.
“¿Cómo te sientes? Si necesitas algo, pí