Capítulo 8: Cuando el Silencio Se Rompe

La semana siguiente al evento estuvo cargada de reuniones, reportes, correos sin responder. Pero lo más intenso no era nada de eso. Lo más difícil era mirarlo a los ojos y fingir que nada había cambiado.

Noah volvía a su rol habitual: preciso, exigente, impenetrable. Como si la noche en la terraza nunca hubiera existido. Como si ese roce de manos, esas confesiones bajo las luces de la ciudad, hubieran sido un espejismo compartido del que ambos habíamos despertado sin hablarnos.

Era martes, y todo parecía normal… excepto por el nudo persistente en mi pecho desde que lo vi esa mañana.

La lluvia comenzó a caer con una calma peligrosa, como si supiera que el mundo estaba a punto de cambiar.

Noah apareció en la puerta de mi oficina justo antes del anochecer. Llevaba la camisa remangada, el cabello algo revuelto y una expresión que no supe leer del todo.

—¿Tienes algo que hacer esta noche? —preguntó sin rodeos.

—Depende —respondí, cerrando lentamente la carpeta que tenía entre manos—. ¿Por
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