El suave parpadeo del techo desconocido fue lo primero que Kathie notó al despertar. No era su habitación, ni el frío y monótono apartamento al que se había acostumbrada. Un rayo de luz se filtraba entre las cortinas pesadas, revelando un espacio con vigas de madera y el aroma persistente a leña quemada. La casa de la madre de Noah.
Se incorporó, el recuerdo del beso de la noche anterior golpeándola con la fuerza de una ola. No había sido un sueño. La imagen de sus labios temblorosos, la necesidad en sus ojos, el abrazo final que la había envuelto sin asfixiarla, era real. Una calidez inusual se extendió por su pecho, mezclada con una familiar punzada de miedo. La vulnerabilidad era un territorio peligroso, y anoche había caminado directamente hacia su epicentro.
Se encontró con Noah en la cocina. Él estaba de espaldas, preparando café, con la misma camisa remangada de anoche. La familiaridad de la escena le recordó que, por un momento, habían bajado todas sus defensas.
"Buenos días,"