La luz del sábado se filtraba por las cortinas con una suavidad que parecía hecha a propósito. El apartamento de Kathie estaba en silencio, salvo por el sonido leve del tráfico lejano y el murmullo de una ciudad que despertaba sin apuro.
Kathie abrió los ojos lentamente. No se movió al principio. Solo escuchó.
Respiración. Calor. Presencia.
Noah seguía allí.
Estaba a su lado, dormido de lado, con una mano extendida entre las sábanas, rozando la suya. Su pecho subía y bajaba con una cadencia tranquila. No parecía el mismo hombre que ella conoció tres años atrás, ni siquiera el que había aprendido a leer con cautela en los últimos meses.
Dormido, Noah era otra cosa.
Era simplemente… humano.
Kathie giró apenas el rostro y lo observó. No desde la ansiedad, ni desde la duda. Lo miró como se mira algo que no se quiere poseer, sino entender. Había en ella una paz nueva. No exenta de preguntas, pero libre del miedo.
Noah abrió los ojos poco después, como si su cuerpo supiera que la mañana