Aria realmente se había divertido, como diversión de verdad, de esas que hacen brillar los ojos con estrellitas.
Caminando a su lado, observé cómo prácticamente flotaba por el pasillo, abrazando su bolsita de recuerdos como si cargara el Santo Grial. Cada vez que miraba algo, sus ojos brillaban como si estuviera viendo magia por primera vez.
Y sinceramente… valía la pena todo el estrés.
Bueno… casi todo.
Porque al salir del edificio, sí, *EL* edificio de ese boyband que ella adora, ese lugar que los humanos normales solo ven en vlogs borrosos de YouTube, tuve un momento de claridad.
Un momento doloroso, irritante, que me retorció el alma.
¿Qué tan rico es Lorenzo?
En serio… ¿quién dice “Vamos a visitar su empresa” y realmente lo consigue? Sin citas previas, sin súplicas, sin sobornos (…creo), sin esperar meses para aprobaciones.
Solo chasquea los dedos y boom, la puerta se abre.
Crucé los brazos, mirando la emoción de Aria mientras le lanzaba una mirada asesina a la espalda de Lorenzo