Sofía lo miró sin parpadear, incrédula ante la osadía de su esposo.

¿Con qué derecho se atrevía a cuestionarla? ¿A él qué le importaba si tenía un amante o no? Él mismo había regresado con otra mujer… y además embarazada.

—¿Perdón? —su voz sonó firme, aunque su pecho ardía de rabia—. Creo que te estás confundiendo. A Anna es a quien deberías hacerle esas preguntas. Después de todo, ella es tu mujer… no yo.

Clavó la mirada en Brian, como si quisiera atravesarlo. Él, lejos de calmarse, se enfureció. La sujetó con más fuerza del brazo, arrancándole una mueca de dolor.

—No me hagas enfurecer, Sofía. No me tomes por tonto. Todo este tiempo que he estado lejos, has tenido amantes… y apenas regreso, no puedes aguantarte.

—¿Acaso estás tan necesitada? —espetó, con una frialdad que le heló la sangre—. Jamás pensé que fueras una zorra. Todo este tiempo fingiendo ser una mujer culta… y en realidad no eres más que eso: una completa zorra.

Las palabras la golpearon como bofetadas. Sofía sintió un