La salida del hospital

Cuando finalmente salimos del hospital, el sol brillaba con una luz cálida y reconfortante, como si nos diera la bienvenida de regreso a la vida. Mi madre llevaba mi maleta llena de ropa y medicinas, y también una silla de ruedas que insistía en que yo debía usar, pero me negaba rotundamente a volver a sentarme en ese símbolo de debilidad. Quería dejar atrás una parte de mí misma en aquellas habitaciones estériles, y no estaba dispuesta a llevar esa carga conmigo.

Nos dirigimos hasta el coche que nos esperaba en la entrada del hospital. Nash, con su sonrisa amable y sus ojos llenos de preocupación, bajó del vehículo y me ayudó a subir al asiento trasero. Me abrochó el cinturón de seguridad con cuidado, como si temiera que me fuera a desvanecer en cualquier momento. Luego, me besó la frente con suavidad. Me trataba como si fuera una niña pequeña y frágil, y aunque me hacía sentir un poco incómoda, también me conmovía profundamente. Finalmente, se sentó al volante, arrancó el motor y sa
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