Prisionera del deseo

Marcus se alejó de pronto de Maya, como si un atisbo de lucidez llegará de pronto, condujo de regreso a la villa en tenso silencio, con la mandíbula apretada y los nudillos blancos sobre el volante.

Y su problema no era la debilidad que le provocaba Maya, sabía que le esperaba una tormenta al llegar a casa con Miranda, pero en ese momento, no podía dejar que eso le importara.

Todo lo que ocupaba su mente era la mujer que estaba a su lado, la suavidad de sus labios, el calor de su cuerpo contra el suyo, la mezcla embriagadora de inocencia y sensualidad que emanaba de cada poro de su piel, la deseaba con una intensidad que rayaba en la obsesión.

Pero también la odiaba, la odiaba por tener tanto poder sobre él, por hacerlo sentir débil y vulnerable, él era Marcus Arched, el hombre más temido y respetado de Sicilia, no podía permitirse el lujo de tener una debilidad.

Y sin embargo, no podía mantenerse alejado de ella, era como una droga que lo consumía, que nublaba su juicio y debilitaba
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