Al mediodía siguiente, Dianco De Luca se encontraba en su despacho, su mente era un torbellino de pensamientos y remordimientos. La noche en vela había dejado surcos profundos bajo sus ojos, pero una determinación férrea brillaba en su mirada.
— Es hora — murmuró para sí mismo, poniéndose de pie con decisión — Tengo que hablar con Marcus, sin importar las consecuencias.
Llamó a su asistente, quien entró presuroso al despacho.
— Prepara el auto — ordenó De Luca — Voy a la villa Arched.
— Pero señor — titubeó el asistente — ¿Es prudente? Después de todo lo que ha pasado...
De Luca lo interrumpió con un gesto brusco.
— La prudencia ya no importa. He cometido errores terribles y es hora de enfrentarlos. Marcus merece saber la verdad sobre su hijo, aunque me cueste la vida.
El asistente asintió, reconociendo la determinación en los ojos de su jefe.
— Como usted diga, señor. El auto estará listo en cinco minutos.
Mientras el vehículo recorría las sinuosas carreteras sicilianas, De Luca repa