Anya
Las alas que colgaban de mi espalda se sentían muy pesadas.
No las pude levantar, sino que las arrastré con dolor y fue difícil para mí levantarme del suelo, por eso miré a Kael preguntándome qué era lo que me estaba sucediendo.
—Sí es un hada, mira sus hermosas alas —dijo la niña y mi cerebro tuvo un colapso.
Caí inconsciente y cuando desperté, no tenía alas, pero estaba acostada sobre una calma de hospital. Todo se veía blanco, antiséptico y lo único a lo que me aferraba con fuerza era a la mano de Kael.
—Gracias a la Diosa que ya despertaste, Anya.
—¿Tuve otro sueño? —le pregunté y él negó.
—No, lo que sucedió fue muy real. No sabemos cómo es que puedes controlar tus alas, ni…
—¿Me estás diciendo que yo soy un hada? —le pregunté con incredulidad y en ese momento entró Waira junto a una mujer elegante que tenía un porte fuerte.
—No solo era un hada, eres un hada sagrada —dijo la mujer y me acercó un libro ilustrado que se veía viejo, pero bien conservado—. Estuvimos indagando