Collin*
Collin se sentó en la cama lentamente, el cuerpo aún débil. Su cabeza palpitaba, la vista borrosa.
El hombre se acercó, vacilante.
“Tranquila, tuviste una caída fea en el arroyo.”
Pero Collin ya estaba incorporándose, aunque sus piernas temblaban bajo su peso.
“Necesito salir.” —su voz salió ronca, pero decidida.
El hombre alzó las manos en un gesto pacificador.
“Vas a desmayarte otra vez si…”
“¡Necesito salir!” lo interrumpió, la paciencia desvaneciéndose, la sangre latiendo en sus oídos.
El desconocido se quedó inmóvil por un instante, evaluándola. Luego, sin decir nada más, se hizo a un lado.
Collin caminó hacia la puerta y la abrió con fuerza. La luz del sol golpeó sus ojos como cuchillas, obligándola a parpadear varias veces hasta que su visión se ajustó.
Y entonces, el olor familiar la envolvió.
El olor de casa.
Miró a su alrededor. Algunas personas caminaban por la aldea, rostros conocidos y desconocidos se mezclaban, pero todos tenían algo en común: la miraban con conf