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Los pasos achacosos se acercaron a la puerta cerrada y oímos los gruñidos de Tea al otro lado.

—Me lleva el diablo, Caleb. Te dije que te daré más mañana.

Abrió la puerta de par en par ceñuda, lista para agitar un dedo amenazante en nuestra cara, y sus ojos se abrieron como platos cuando Ronda echó hacia atrás la capucha de su manto.

—Buenas noches, amiga —sonrió la loba.

Entonces Tea se volvió vacilante hacia mí. No resistí más y solté mi alforja para echarle los brazos al cuello.

—¿Risa? —tentó, inmovilizada por la sorpresa.

Asentí contra su cara, riendo y llorando. Volver a verla me provocó una emoción inesperada, como si hubiera regresado a mi hogar. Me sorprendió que me devolviera el abrazo. Ronda nos concedió un momento y luego palmeó suavemente mi espalda.

—Entremos —dijo con acento cálido.

Tea retrocedió sin soltarme del todo, haciéndose a un lado para dejarla entrar, los ojos negros brillantes de lágrimas recor

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