Capítulo 3 — ¿Tienes miedo?

Se suponía que sería un día como cualquier otro, con la misma rutina agotadora que Selina ya conocía demasiado bien, con el murmullo de la oficina, los pasos apresurados de los empleados, el tintinear de teclados y teléfonos.

Sin embargo, había algo distinto en el aire, una tensión que la hacía sentir como si cada mirada se clavara en ella y no era cualquier mirada, era la de Ares King, el nuevo presidente, su jefe, quien se suponía sería su nuevo tormento, pero se había convertido en la presencia más magnética que Selina hubiera sentido jamás.

Selina sentía algo extraño, cada vez que ella levantaba la mirada, sus ojos se cruzaban con los de Ares.

Un calor le recorrió el pecho haciéndole contener el aliento, ¿Será que se lo estaba imaginando? ¿Por qué sentía que ese hombre no dejaba de mirarla?

Ares estaba en su oficina, observándola desde atrás de su escritorio mientras que ella le servía un café, cada movimiento de Selina era registrado con precisión, como si él intentara memorizar hasta el más mínimo gesto.

Él la observaba, él la miraba, él la detallaba, cómo ella se ajustaba el cabello, cómo respiraba mientras recogía papeles, cómo fruncía el ceño al concentrarse, cada detalle valía oro.

Selina colocó la taza de humeante café sobre el escritorio y salió de la oficina apresurada, sintiéndose vigilada, era el segundo día de Ares King como presidente y Selina podía sentir una extraña tensión cada vez que se acercaba a su jefe.

Él la vio alejarse hacia su escritorio y desde su lugar, intentó concentrarse en el trabajo, mantener una distancia prudente, mientras que por dentro, luchaba con su lobo, quien rugía, reclamando lo que ya sentía como suyo.

“Control, Ares… Humanos… Aquí hay humanos… Ella es una humana… No sé puede…”, se repetía en la mente mientras un escalofrío le recorrió la espalda al percibir como el aroma de Selina, dulce, embriagador, imposible de ignorar, se movía.

Allá afuera, ella se salía de su escritorio, ¿Para dónde iba? «¡Maldición! ¡Contrólate Ares! ¡Deja de pensar en ella!», se regañó mentalmente.

Selina se dirigía hacia la oficina de recursos humanos para buscar un archivo cuando un ruido llamó su atención, un golpe sordo, ella levantó la vista y se encontró con Vanessa, la asistente que había sido despedida el día anterior, había recogido sus pertenencias y tiró la caja, con una expresión de veneno puro en el rostro.

Sus ojos se cruzaron por un instante, y Vanessa dejó escapar una sonrisa gélida, Selina intentó ignorarla, cuando escuchó el sonido de los tacones acercarse.

— Te haré pagar por lo que me quitaste, maldita gorda entrometida. — Susurró Vanessa, apenas audible, pero lo suficiente para que Selina lo escuchara, pasándole, por un lado, al tiempo que la tropezaba con el hombro.

Vanessa avanzó, alejándose rápidamente, sin darle tiempo a Selina siquiera de responder.

Al momento llegó la asistente de recursos humanos, entregándole la carpeta a Selina que esperaba.

Selina la tomó, contuvo la respiración y bajó la mirada, apretando los labios, alejándose también rápidamente, queriendo volver de inmediato a su lugar de trabajo, allí se sentía observaba, pero por algún motivo se sentía más segura.

— Oye… Me contaron que el nuevo jefe te defendió ayer… — Un mensajero conocido se tropezó con Selina en el pasillo. — ¡Sí que tendrás suerte! Seguro que al tipo ese le gustan las de culos grandes…

— ¡Basta! — Se escuchó un grito.

Antes de que Selina pudiera reaccionar, la voz de Ares había resonado, firme, llenando cada rincón de la oficina y todos los ojos se volvieron hacia él.

Su expresión era implacable, el aire alrededor suyo cargado de amenaza contenida, el mensajero se puso rígido.

— No se tolera este comportamiento en mi empresa. — Gruñó Ares frente al muchacho, al tiempo que apretaba los puños a los costados. — Sal inmediatamente.

El mensajero, atónito, sintiéndose diminuto frente a la imponente y enorme figura de Ares, palideció y obedeció sin protestar, ¿Qué hacía el presidente en un pasillo de las oficinas de personal?

Selina apenas podía creerlo, su corazón latía con fuerza, sintiendo una mezcla de alivio y confusión, Ares no la había mirado directamente, pero su protección era clara, innegable, una vez más, la había ayudado.

— Vamos… Volvamos a la oficina. — Gruñó Ares girándose hacia el ascensor de presidencia, ella asintió, siguiéndole los pasos con rapidez.

Ella intentó usar el ascensor del personal, nadie, nunca en la historia, que Selina supiera, había usado el ascensor de presidencia, excepto por el presidente.

— ¿Qué haces? — Gruñó Ares al verla dirigirse al otro ascensor, mientras él le sostenía la puerta del de presidencia. — Ven aquí.

— Gracias… — Con algo de nervios y dudas, Selina entró en el ascensor junto a Ares y las puertas se cerraron.

El ambiente era silencioso, apenas roto por el zumbido del motor y entonces un ruido extraño resonó, provocando que se detuviera el ascensor.

— ¿Qué…? ¿Qué está pasando? — Balbuceó Selina, nerviosa, mirando para todos lados.

— ¿Tienes miedo? — Murmuró Ares, sin siquiera voltear a verla, sabiendo que esta era una situación muy peligrosa.

— Yo… Yo solo estoy… — Gimió ella, apretando la carpeta contra su pecho, el lobo de Ares gruñó con fuerza en su mente “¡Nos necesita!”.

Ares se giró, quedando frente a ella, Selina se pegó a la pared, impresionada.

— Tranquila, todo estará bien… — Murmuró él con voz baja y controlada, al tiempo que se acercaba.

Selina tragó grueso, tratando de ocultar su nerviosismo, ella temblaba, no por miedo, sino por una especie de excitación que la confundía, como una descarga de adrenalina.

Ares notó el estremecimiento en Selina, ¿Ella tenía tanto miedo? Por instinto, él se aproximó más, quedando a escasos centímetros.

Selina sintió el calor de Ares, el aroma penetrante y robusto que emitía, como ligado entre madera, bosque y algo primitivo.

Ares bajó su rostro, acercándose peligrosamente, su lobo rugía en su mente, saltando satisfecho, exigiendo acción y cuando los labios de Ares se abrieron sobre la piel de ella y Selina sintió el calor del aliento de él sobre su piel, el ascensor volvió a moverse.

Él se obligó a retroceder apenas un paso, controlando su respiración al tiempo que endureció su rostro, mientras que luchaba desesperadamente contra su impulso instintivo, inclinarse, marcarla y reclamarla.

Las puertas del ascensor se abrieron en el piso de presidencia.

— Bien… — Soltó Ares, seco. — Parece que ya está todo arreglado, siga con su trabajo. — Y se dirigió a su oficina sin voltear, dejando a Selina, con su corazón agitado.

La jornada laboral había terminado, Ares se retiró de regreso hacia la manada, esta vez no llevó chófer, era demasiado riesgoso; y en el asiento trasero, había un segundo traje que se cambió en el camino, por lo que, terminó lanzando en un basurero el traje que aún tenía impregnado el olor de ella.

Su cuerpo estaba en tensión constante, su mente batallando con el deseo de volver a verla y el deber de mantener el control, ¿Cuánto tiempo más él podría soportar esto? No podía alejarse de ella, no quería, pero al mismo tiempo, él tampoco podía estar cerca de ella.

Ares necesitaba tomar aire, necesitaba concentrarse y pensar bien las cosas, cuál era su siguiente paso.

A mitad de la noche, Ares se encontraba corriendo entre los árboles, en medio del bosque que rodeaba a la manada, había tomado su forma de lobo y era refrescante, poder sentir la tierra húmeda entre sus patas, el aire fresco golpeando su cara, el brillo de la luna iluminándolo todo.

Se suponía que este momento le permitiría refrescar su mente y sus ideas, cuando escuchó una voz en su cabeza que lo interrumpió.

— ¡Ey, Ares, hace un par de días que no te veía por aquí! — Era Leo, su beta y mejor amigo, quien ahora también corría a su lado por el bosque, en su forma de lobo. — ¿Ha estado muy difícil el trabajo en la empresa?

— No, todo está bien… — Contestó Ares mentalmente, casual, sin dejar de correr.

— Pero algo te preocupa, hermano, puedo sentirlo… — Dijo Leo en la mente de Ares. — ¿Es por los humanos? ¿Qué tal son? Tengo curiosidad… ¿Te causan problemas?

Leo siempre fue un lobo bastante franco, cualquier lobo hubiera visto mal que uno de ellos preguntara por los humanos, considerando lo que pensaba la manada de ellos, todos en la manada odiaban a los humanos, era una ideología colectiva.

— Claro que no… — Gruñó Ares, sabiendo muy bien lo peligroso que era, que alguien descubriera lo que le estaba sucediendo. — Los humanos no son nada importantes… Son seres insignificantes… Solo eso… Ahora déjame en paz.

Ares aceleró el ritmo de la carrera, adelantándose, Leo comenzó a disminuir su paso, extrañado, no es que Ares fuera el lobo más amable, pero con Leo, nunca fue esquivo, usualmente le contaba sus cosas a Leo, pues era su beta en la manada.

Algo extraño le estaba sucediendo a su amigo y Leo podía sentirlo.

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