Capítulo 2 — Mía

Tres días habían pasado desde la repentina muerte del gran señor Magnus King.

En el edificio entero de las empresas King se respiraba un aire miedo, todos los empleados andaban en zozobra cada vez que se pronunciaba el nombre del nuevo presidente.

Ares King.

El hijo mayor de Magnus, un hombre sumamente reservado que nunca aparecía en los eventos sociales de la empresa.

Algunos lo describían como un genio en los negocios, otros, como un hombre amargado, con un carácter de hielo, tal como su padre, incapaz de sentir, pero nadie lo conocía realmente, nadie lo había visto jamás, todos eran puros rumores.

Selina apenas había dormido los últimos días, ella aún veía en pesadillas el cuerpo del anciano Magnus desplomarse frente a ella, la culpa la atormentaba.

Aunque el viejo Magnus hubiera sido cruel con ella, lo último que Selina hubiera querido era verlo morir de esa forma y por su culpa.

Pero ahora, con la llegada del nuevo presidente, lo que más la aterraba a Selina era la gran posibilidad de perder su empleo.

Desde que se anunció la llegada del nuevo presidente, todos hablaban de una reestructuración, “El nuevo jefe traerá a su propio equipo”, decían algunos; “El nuevo presidente despedirá a la mitad de los empleados”, murmuraban otros.

Y Selina sabía que, siendo la torpe asistente del antiguo presidente, su destino estaba sellado.

A las nueve en punto, un lujoso auto se detuvo en la entrada principal de la empresa, reporteros esperaban a los costados de un camino acordonado, el chófer abrió la puerta de atrás y el nuevo presidente hizo acto de presencia.

El silencio se hizo total, todos contuvieron el aliento ante la presencia del hombre que se bajó, el nuevo jefe, Ares King.

Un hombre alto, de traje negro perfectamente entallado, camisa blanca y una presencia tan imponente que bastó para llenar el lugar.

— ¡Cielos! ¿Viste lo atractivo que es? — Comentó Vanessa a otra compañera que parecía absorta.

Ares, camino en dirección a la empresa, los reporteros intentaban hacerle preguntas, tomaban fotos, él ni se inmutó en voltear.

Selina esperaba en su puesto usual tras el pequeño escritorio acomodado junto a la puerta de presidencia, nerviosa, con un nudo en la garganta.

¿Qué era lo que le esperaba? ¿Qué sería de ella si la despedían? ¿Y de su madre, y su hermana? Seguro su nuevo jefe, el hijo de Magnus la odiaría por hacer enfurecer a su padre hasta causarle un infarto.

Seguro que la insultaría y la correría apenas la viera, sopesaba Selina mientras se estrechaba sus manos entrelazadas al frente, con ansiedad.

El sonido metálico del ascensor presidencial la hizo tensarse, el nuevo jefe había llegado, ella se irguió al tiempo que tragaba grueso.

De las puertas de acero emergió Ares, su paso era firme, el mentón elevado, y sus ojos grises, profundos, con un brillo oscuro, se fijaron en ella y en ese instante, el tiempo se detuvo.

Selina sintió un escalofrío recorrerla, el aire se le atoró en los pulmones, ella nunca en su vida había visto a un hombre así, tan imponente, tan grande, tan perfecto.

Ares se mantuvo por un momento en el mismo lugar, tenso ante la presencia de Selina, ¿Será por lo del infarto de su padre que la miraba así? Seguro que él la odiaba, concluyó ella en sus pensamientos.

Ares se mantenía serio, su expresión era fría, severa, tensa, con un aire salvaje, como si estuviera pensando en atacarle, en insultarla o gritarle, había algo en él que pareciera que no pertenecía a este mundo.

Selina intentó bajar la mirada por un segundo, por uno solo, sus mejillas se ruborizaron al sentir algo hipnótico y atrayente en ese hombre, como un imán.

Las puertas del ascensor no se habían abierto cuando Ares sintió el golpe de un aroma, era leve, pero penetrante, una mezcla dulce que despertó a su lobo interior con un rugido sordo, “¡Mía!”, gritó en su interior.

¿Cómo era posible? ¿Había encontrado su pareja destinada? Eso no podía ser, eso era imposible, estaban en el mundo de los humanos, encontrar a su pareja destinada aquí solo podía significar que ella era…

El ascensor llegó, las puertas se abrieron, él dio un paso ansioso por encontrar la procedencia de ese dulce aroma, cuando sus ojos se encontraron con los de una mujer, provocando un impulso instintivo que lo atravesó.

¿Una humana? Sopesó Ares, al tiempo que su lobo gritaba “¡Tómala, tómala ahora, es mía, es nuestra!”, con una necesidad de acercarse, tocarla, olerla mejor, el alfa dentro de Ares gruñó, desconcertado.

¿Ella era una humana? El cuerpo de Ares reaccionó de una forma inexplicable, el pulso se le aceleró, el pecho se le apretó y sintió una corriente eléctrica recorrerle la piel.

Ares apartó la mirada con rapidez, endureciendo su expresión, su cuerpo se tensó, él no podía permitirse perder el control, y menos delante de los humanos.

Su lobo luchaba y rasguñaba en su interior, luchando por emerger, mientras que la mente de Ares luchaba por contenerlo.

Las puertas del ascensor de personal se abrieron, dando paso al resto de empleados lamebotas que lo seguían, lo que significó un gran alivio.

— Reúnan a todo el personal ejecutivo. — Ordenó Ares con una voz llena de autoridad. — Quiero un informe de cada área y una lista del personal activo antes del mediodía.

La gerente de recursos humanos asintió temblorosa, pues nadie se atrevía a responderle y mucho menos contradecirlo, Ares se dirigió hacia su nueva oficina.

— Señor, mucho gusto, soy su nueva asistente, Selina… ¿Hay algo en lo que le pueda ayudar? — Selina se atravesó en su camino, justo en la puerta, nerviosa, pero dispuesta a demostrar que quería conservar su empleo.

Ares se tensó frente a ella, incapaz siquiera de bajar el rostro para mirarla, mientras que su lobo le llenaba la cabeza de estruendosos aullidos.

¿Ella era su asistente? ¿Él tendría que trabajar con ella? Imposible, jamás podría soportarlo.

— También quiero una lista de las asistentes más sobresalientes de la empresa, haré varios cambios. — Volvió a ordenar Ares a la gerente, ignorando por completo a Selina, quien sintió una daga atravesándole el interior.

Eso significaba, ¿Qué ella estaba despedida? Antes de que Selina pudiera apartarse, una voz resaltó en el pasillo.

— ¡Señor! Si me disculpa… — Vanessa levantó la mano, dando un paso al frente. — Si necesita una nueva asistente, yo soy una de las más eficientes de la empresa, puede comprobarlo cuando vea mi expediente… Me ofrezco como voluntaria, le aseguro que haremos un excelente equipo.

Sonrió Vanessa con coquetería, a lo que Ares asintió. Selina se quitó del camino del nuevo presidente, con la mirada baja, sabiendo que ya todo estaba dicho, había perdido, se había quedado sin empleo.

Ares avanzó y ni una sola mirada le dio a Selina, “¡¿Qué haces?! ¡No la vez! ¡Tómala!”, seguía gruñendo su lobo.

— Bueno, ya escuchaste, gorda… Ve a recoger tus cosas, que en esta empresa no se tolera la incompetencia… — Murmuró Vanessa, lo bastante alto para que todos la escucharan. — Mucho menos a la inepta que prácticamente asesinó al señor Magnus con sus errores.

Vanessa solo quería lucirse frente a ese hombre poderoso, rico y superatractivo, un hombre al que, con el tiempo, ella podría acercarse y quién sabe, algo podría pasar.

Selina bajó la cabeza, con el rostro ardiendo y los puños cerrados, volviéndose a su escritorio para recoger sus cosas, mientras que las risas ahogadas de los presentes resonaron en el pasillo.

Él lo podía sentir, un hueco profundo en su pecho, esa mujer, la que él ahora deseaba más que nada en el mundo, su pareja destinada, estaba siendo humillada, estaba siendo burlada.

Ares se giró lentamente hacia el grupo, con su mirada afilada como un cuchillo y se detuvo frente a Vanessa.

— ¿Cómo es tu nombre? —Preguntó Ares en un tono tan bajo que sonó como un gruñido.

— Va… Vanessa, señor. — Tartamudeo ella, sintiendo el peso imponente del aura enojada de Ares.

— Perfecto, señorita Vanessa… Está despedida.

El silencio cayó como un golpe seco, todos quedaron atónitos, Selina abrió los ojos de par en par, incrédula a lo que acababa de suceder.

— Se… Señor, yo solo…

— No repito mis órdenes… — Ares interrumpió a Vanessa, hablando con autoridad. — En esta empresa no se tolera la falta de respeto.

Vanessa palideció, quedándose muda, al tiempo que Ares se giró hacia los demás empleados, y su voz volvió a retumbar.

— ¡Que esto sirva de ejemplo! De ahora en adelante, en esta empresa, el respeto no es opcional. — Voceo Ares, con fuerza.

Selina se quedó inmóvil, sin entender del todo lo que acababa de pasar, ese hombre… ¿La había defendido? Nadie, nunca jamás, lo había hecho.

Cuando todos se dispersaron, Ares cruzó la puerta hacia su oficina y todavía confundida con lo que acaba de ocurrir, Selina lo siguió.

Quizás él no lo había hecho a propósito, pero igual ella sentía que tenía que agradecerle.

— ¡Señor! — Selina llamó la atención de Ares, cuando ya él se acercaba a su escritorio.

Ares se detuvo en seco, sin girarse, esto era demasiado peligroso, ellos dos estaban solos, juntos, en esa oficina.

— Con respecto a lo que dijo allá afuera, muchas gracias… Por defenderme… — Selina se trabó un poco, nerviosa y fue entonces cuando él se giró y caminó lentamente hacia ella, acercándose. — Eh… Eh… Sé… Sé que no lo hizo por mí… Pero… Yo… Igual quería…

Ares se detuvo, demasiado cerca, Selina contuvo el aire, él inclinó la cabeza apenas un poco, como si la examinara y entonces, su nariz rozó el aire cerca del cuello de Selina, aspirando con discreción.

El aroma de ella volvió a golpearlo, esta vez con más fuerza y su lobo rugió dentro de su mente. “¿De verdad es humana? ¿Por qué huele así? ¡Es exquisita! ¡Tómala! ¡Tómala! ¡La necesito! ¡La necesitamos!”

El roce de la respiración de Ares se sintió tenuemente en el cuello de Selina, quién se había quedado estática ante el acercamiento de su jefe.

Selina sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo y por un instante, creyó que su corazón iba a salirse del pecho, la cercanía era sofocante, el calor del cuerpo de Ares la envolvía, el roce casi imperceptible de su aliento en la piel de ella, la desarmó por completo.

Ares separó el rostro lentamente, obligándose a sí mismo a alejarse de ella, mientras endurecía su rostro y todos los músculos le dolían, su lobo gemía aturdido, era su pareja destinada, la tenía tan cerca y no la tomaba, no podía hacerlo.

— Tráigame el informe actualizado en una hora… — Ordenó Ares a Selina, dándose de nuevo la media vuelta para dirigirse a su lugar tras el escritorio.

Con las manos temblorosas, Selina salió apresurada de la oficina y apenas la puerta se cerró, ella se dejó caer sobre la silla con la respiración agitada.

¿Qué había sido eso? No era miedo, era como una descarga de adrenalina que la recorría.

Finalmente, lo había logrado, la jornada había terminado y Ares había logrado contener todos sus instintos, ¿Pero cuánto tiempo más lo podría soportar?

Cuando el día de trabajo terminó, el auto negro de Ares abandonó la ciudad rumbo a las montañas del norte, en dónde la calle se fue volviendo cada vez más boscosa, y se fue abriendo paso a un nuevo camino de tierra escondido entre los árboles del bosque, hasta que los faros iluminaron una enorme verja de hierro.

Del otro lado, la manada lo esperaba.

El chófer se estacionó y Ares bajó del auto sin decir palabra, él inhaló profundo, el aire olía distinto, más puro, más salvaje, pero aún había un rastro humano, el leve aroma de esa mujer que no lograba sacarse de la mente.

Una figura femenina salió de la casa a su encuentro, Freya, su madre y la Luna de la manada, una mujer elegante y severa.

— Llegas tarde, hijo…

Lo saludó al tiempo que se acercaba a Ares para ayudarle a quitarse la chaqueta del traje, cuando repentinamente, frunció el ceño

— ¡Qué asqueroso! ¿Qué es ese olor? — Se quejó Freya, mientras que sostenía la chaqueta con la punta de los dedos, con asco. Ares se tensó.

— Nada… Los humanos.

— Ares, sigue las reglas de tu padre, no te acerques tanto a los humanos y mucho menos permitas que te toquen… — Freya tiró la chaqueta en un bote de basura mientras hacía un gesto de repulsión. —Son una cuerda de incompetentes que solo traen problemas y estrés, o si no, mira como terminó tu padre por su culpa…

— Ya lo sé… — Gruñó Ares intentando ignorarla, aunque aún todo su cuerpo temblaba. — Solo fue un día en la empresa, madre, nada más… Tendré más cuidado.

— Iu, me revuelve el estómago… — Soltó Freya con desagrado al tiempo que sacudía su mano. — Cuídate de esos humanos, Ares… Esos seres, aunque son inferiores a nosotros, son capaces de contaminar todo, incluso, hasta el alma más fuerte.

Ares no respondió, mientras que dentro de él, su lobo rugía ansioso por escapar, “¡No! ¡Ella es mi humana! ¡Mía!”

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