El suave desvanecimiento del beso de Yago había dejado a Nant con una constelación de sensaciones: calidez en sus labios, asombro en su mente, y una profunda y renovada conexión emocional que vibraba en cada fibra de su ser. La suite en la imponente mansión de Veracruz seguía sumida en una oscuridad íntima, rota solo por la tenue luz nocturna que proyectaba sombras suaves y danzarinas en las paredes. Yago aún permanecía cerca, su peso reconfortante sobre ella, sus brazos ligeramente rodeándola, como un ancla en la inmensidad de la cama. El aire, que momentos antes había estado cargado de la tensión de confesiones y vulnerabilidades, ahora vibraba con una electricidad diferente, una anticipación silenciosa que era casi tan palpable como el aire mismo.
Nant se permitió un momento para saborear la quietud que los envolvía y la sensación de Yago tan cerca, su cuerpo emitiendo un calor tranquilizador que la invitaba a la relajación. La franqueza inusual de la conversación anterior, la sorp