Yago y Nant llegaron a la espaciosa cocina de la mansión, un dominio de acero inoxidable pulido, encimeras de granito reluciente y el aroma persistente de hierbas frescas y alimentos deliciosos que flotaba en el aire. La escena era la misma que Nant había presenciado esa mañana: un "pequeño ejército" de chefs, sous-chefs y personal de apoyo se movía con una coreografía eficiente y silenciosa. Había un chef de repostería supervisando una bandeja de cruasanes recién horneados para el desayuno del día siguiente, un ayudante cortando vegetales con una precisión casi quirúrgica, y varios más preparando los componentes de la cena con una dedicación que rozaba el arte. La cocina bullía con una actividad organizada, el sonido ocasional de sartenes y el murmullo de voces bajas creando una sinfonía discreta de trabajo.
La presencia de Yago y Nant en la barra de la cocina, sin embargo, detuvo esa coreografía por un instante. Un murmullo de sorpresa, casi inaudible pero perceptible, recorrió al p