La cena en la barra de la cocina transcurría con una extraña mezcla de normalidad y la incipiente intimidad que se forjaba entre Yago y Nant. El chef principal había servido un platillo ligero y exquisito, una ensalada fresca con aderezo cítrico y pequeños bocadillos gourmet que satisfacían sin abrumar. El murmullo discreto del "pequeño ejército" en la cocina era un telón de fondo constante, un recordatorio de que estaban en el corazón operativo de la mansión, pero la burbuja de su conversación y el creciente entendimiento mutuo los aislaba del ajetreo. Yago, en pijama, relajado y con un semblante menos tenso de lo habitual, era una versión de sí mismo que Nant rara vez había presenciado, y que, admitía, le resultaba sorprendentemente atractiva.
Estaban a mitad de su comida, compartiendo anécdotas ligeras sobre el día, evitando conscientemente los temas pesados de Theresia o la crisis de CIRSA, cuando Yago dejó caer su tenedor sobre el plato con un tintineo suave. Alzó la vista hacia