Nant subió la gran escalera con una lentitud deliberada, cada peldaño de mármol resonando suavemente bajo sus pies, un eco de su cansancio y la intensidad del día. Dejó atrás a Yago y a Albert en el gran salón, sus voces discretas diluyéndose en el silencio de la imponente mansión. La perspectiva de la privacidad de su habitación era un imán irresistible, un refugio donde podía, por fin, despojarse de las tensiones acumuladas. La puerta se cerró suavemente tras ella, y el lujo de la suite los envolvió: la cama king-size, el aroma sutil a sándalo y la luz tenue que se filtraba de las lámparas. Se descalzó, sintiendo la suavidad de la alfombra bajo sus pies, y con un suspiro de alivio, se dejó caer sobre la vasta extensión de la cama. No tenía la intención de dormir de inmediato, solo de descansar el cuerpo y la mente, de procesar la avalancha de eventos y emociones que habían marcado las últimas horas. Cerró los ojos por un instante, la imagen de la bofetada de Theresia, la conversació