La tensión en el interior de la camioneta de lujo, después de la enérgica conversación de Nant con su madre y el mensaje de texto de afirmación de límites, era casi palpable. Se podía cortar el aire con un cuchillo, aunque la fuente de esa tensión era únicamente la turbulencia interna de Nant. Yago, ajeno a la íntima confrontación que acababa de tener lugar en el asiento trasero, seguía inmerso en sus propios pensamientos, mirando fijamente por la ventanilla como si el paisaje urbano de Puebla, con sus luces parpadeantes y sus siluetas oscuras, ofreciera respuestas a sus complejas estrategias corporativas y familiares. Su mandíbula, apenas visible en el perfil oscuro, se apretaba ocasionalmente, un signo de la carga mental que llevaba, de las batallas que libraba en su mente. Nant, por su parte, se sentía a la vez agitada por la descarga de adrenalina de la confrontación y extrañamente liberada por el acto de autoafirmación. El hecho de confrontar a su madre, de establecer una barrera