Nant, aún aturdida por el cambio radical de Theresia, quien había pasado de la ira descontrolada a la más dulce de las abuelas en un parpadeo, intentó recomponerse. Respondió a todas sus preguntas con la mayor naturalidad posible, sobre su llegada y su bienestar, pero se encontró en una encrucijada emocional, sin saber en qué tono dirigirse a Theresia. La matriarca la había desorientado por completo, dejándola sin una brújula emocional clara, fluctuando entre el respeto, el afecto y la cautela.
Theresia, sin esperar una respuesta más allá de las afirmaciones básicas y tranquilizadoras, se acercó a Nant con un paso firme y decidido. Con una calidez que contrastaba de forma dramática con la reciente reprimenda a su hijo, le dio un abrazo apretado, un beso en la mejilla y, con una ternura inesperada que conmovió a Nant hasta lo más profundo, una caricia en el mismo lugar exacto donde la había besado. Era un gesto de afecto puro, un sello de aprobación silencioso, un reconocimiento de su