El umbral de la oficina de Yago se transformó en una línea divisoria, un portal entre la incertidumbre y la ineludible realidad. Yago se detuvo bruscamente, su cuerpo, que apenas unos segundos antes se había movido con la prisa de un proyectil, ahora parecía congelado en el espacio. El nudo en su estómago, que se había formado con la sola mención de una "urgencia" en CIRSA, se apretó con una intensidad inusitada al ver la figura de su madre, Theresia, sentada con una compostura impecable en su oficina. No era una visita casual; su presencia allí, a esa hora y con esa atmósfera de tensión palpable, era una señal inconfundible de que la crisis había escalado a un nivel crítico, un nivel que requería la intervención directa de la matriarca de la estirpe Castillo, la cabeza indiscutible de la familia.
Para Yago, la imagen de Theresia en ese espacio, normalmente su santuario de control y poder absoluto, era un golpe inesperado que iba más allá de la sorpresa. Theresia no solía involucrarse