La presencia inesperada de Theresia en la oficina de Yago era una anomalía, un signo inequívoco de que la situación en CIRSA había alcanzado un punto de inflexión crítico. Su semblante, que un momento antes había estado tenso por la incertidumbre de la urgencia y el misterio, se transformó de inmediato al ver a su madre. Los rasgos de Yago se suavizaron de forma casi imperceptible, y una sonrisa genuina, una que pocas personas tenían el privilegio de ver, iluminó su rostro, desvaneciendo momentáneamente la dureza impuesta por la crisis. Era un destello de su yo más íntimo y vulnerable.
—¡Mamá! —exclamó Yago, una mezcla de sorpresa y una alegría sincera en su voz, como un niño que se encuentra con su figura más querida e inesperadamente—. Qué sorpresa, no te esperaba aquí. No me avisaron de tu llegada, ni el motivo.
Theresia, con su elegancia innata que la distinguía en cualquier entorno, se acercó a su hijo con pasos decididos. Sus ojos, normalmente serenos y calmados, llevaban en est