Nant exhaló un suspiro profundo, sintiendo cómo el peso de la inesperada responsabilidad comenzaba a disiparse lentamente. Albert, con su impecable presencia y serenidad, había sido su salvador en aquel momento abrumador. Sus palabras, firmes y claras, habían puesto orden en el caos y le habían devuelto la confianza que parecía haberse escapado.
—Gracias, Albert —dijo Nant con una sonrisa sincera, sus ojos reflejando alivio—. De verdad, me salvaste en ese instante. No sabía qué decir ni cómo responder a tantas preguntas.
Albert, con su habitual aplomo, estaba a punto de responder cuando un sonido nuevo cortó la conversación. El timbre de la puerta principal resonó con claridad por toda la casa, un sonido tan familiar como decisivo, que anunciaba la llegada de alguien importante. Sin perder ni un segundo, Albert se giró y caminó con su paso medido y eficiente hacia la entrada, listo para atender la llegada.
—Es el señor Carlos, el chofer personal del señor Yago —informó con voz tranqui