La cocina, que apenas unos minutos antes parecía un bullicioso centro de actividad, se transformó rápidamente en un auténtico torbellino de miradas expectantes y preguntas dirigidas con precisión a Nant. Ella, aún asimilando la impresión de la cantidad de gente que allí trabajaba, se encontró de pronto en el centro de aquel engranaje perfectamente aceitado, como si la esperaran para tomar las riendas y dar órdenes. Pero su mente, acostumbrada a la sencillez y tranquilidad de su vida en Puebla, se vio abrumada por la inesperada responsabilidad que acababa de caer sobre sus hombros.
Los cocineros, con sus uniformes inmaculados y sus gorros blancos ligeramente inclinados hacia adelante, la miraban con una mezcla de respeto profesional y ligera curiosidad, como se le observa a un nuevo jefe. El chef principal, un hombre de mediana edad con manos fuertes y ojos perspicaces, fue el primero en hablar.
—Señorita Nant, ¿continuamos con el menú planeado para hoy o piensa hacer algún cambio ante