La puerta de cristal de la boutique se abrió, no por la mano de Alina, sino por la intervención apresurada del guardia de la tienda, quien se apartó con reverencia para dejar pasar a la tormenta que salía de su establecimiento.
Alina Korályova cruzó el umbral y el cambio de atmósfera fue inmediato.
Si adentro reinaba el caos controlado del lujo y el consumismo, afuera, en los pasillos de mármol del centro comercial de Santa Fe, reinaba una tensión militar absoluta. La "niña rica" caprichosa que había entrado a comprar algodón de emergencia se encontró de frente con la realidad de su estirpe: una pequeña legión.
No eran uno ni dos hombres. La maquinaria de seguridad de KORALVEGA se había desplegado con una eficiencia aterradora.
Alina se detuvo un momento en el pasillo, ajustándose las gafas oscuras —esas pantallas totales que acababa de comprar para su hipotética vida en Veracruz— y escaneó el perímetro. Había al menos seis hombres de traje negro y corbatas discretas formando un semic