El sonido metálico del seguro al cerrarse transformó la sala de juntas. El aire acondicionado parecía haber bajado diez grados de golpe. Ya no eran ejecutivos en una torre de Polanco; eran súbditos ante un zar decepcionado.
Viktor no se volvió a sentar. Caminó lentamente alrededor de la mesa, sus pasos resonando en el silencio sepulcral, hasta detenerse detrás de la silla de su primogénito.
—Sergei —pronunció su nombre con una calma venenosa.
Sergei, que rara vez mostraba miedo, mantuvo la vista al frente, pero sus nudillos se blanquearon al apretar los apoyabrazos.
—No es posible que Yago del Castillo, un muchacho al que consideras inferior, ya tenga a una pareja oficial antes que tú —escupió Viktor, pasando al español para que cada palabra doliera más—. ¿Sabes el significado de las parejas, Sergei, en nuestra sociedad y en el linaje?
Viktor rodeó la silla y se plantó frente a él, inclinándose sobre la mesa.
—Un heredero —susurró Viktor, y luego su voz subió de volumen progresivament