La brisa cálida y húmeda del Pacífico entraba apenas un instante antes de que Carlos cerrara la puerta de la camioneta blindada, sellando nuevamente a la pareja en su burbuja de aire acondicionado y cuero.
Nant seguía mirando la nuca de Carlos a través del cristal divisorio, y luego volvía la vista hacia los asientos, el tablero, los acabados de madera. Era, sin lugar a dudas, el mismo vehículo en el que Yago se desplazaba habitualmente cuando estaba en Puebla y Veracruz.
—Es... surrealista —murmuró Nant, sacudiendo la cabeza levemente—. De verdad trajiste tu coche en el avión.
Yago, acomodándose a su lado, le sonrió con esa mezcla de orgullo y naturalidad que lo caracterizaba.
—La logística es la base de la comodidad, Nant. No me gusta depender de vehículos desconocidos, y Carlos conoce mis rutas y mis protocolos mejor que nadie. En Acapulco o en China, mi seguridad es una constante.
La camioneta se puso en marcha, saliendo de la zona de hangares privados del aeropuerto hacia la carre