Carlos cerró la pesada puerta del helicóptero con un golpe seco y hermético, sellando el interior lujoso de la cabina del caos exterior. Inmediatamente, el rugido de la multitud universitaria y el viento se amortiguaron, reemplazados por el zumbido tecnológico de la aeronave. Carlos tomó su lugar en la cabina de mando, ajustándose sus propios controles con la eficiencia de quien ha hecho esto mil veces.
Yago, sentado frente a Nant en los asientos de piel ejecutiva, se inclinó hacia ella. Le extendió unos auriculares (headset) de aviación de alta gama, diseñados con cancelación de ruido activa.
—Ponte esto —indicó Yago, ayudándola a ajustarse el micrófono cerca de los labios—. Es para que podamos hablar sin gritar.
Nant se colocó el dispositivo, sintiéndose extraña, como si estuviera entrando en una película de acción. En cuanto se los puso, la voz de Yago resonó en sus oídos con una claridad cristalina, cálida y cercana, a pesar del motor que cobraba vida sobre sus cabezas.
—Gracias,