La camioneta de lujo de Yago Castillo se detuvo con una suavidad imperceptible frente a la entrada principal del hotel de élite en Puebla. El trayecto desde la Joyería Altesse había sido un torbellino de emociones, pero al detenerse, Yago se obligó a recuperar la compostura que exigía su apellido.
Carlos, su chofer, le abrió la puerta y lo siguió discretamente hacia el vestíbulo. El Penthouse esperaba, pero Yago tenía una parada crucial antes de ascender al epicentro de su drama personal.
Al llegar al lobby, Yago se dirigió al mostrador de recepción.
—Necesito hablar con el Gerente de inmediato —solicitó Yago, su voz baja, pero cargada de una autoridad innegable.
El personal de recepción, ya avisado de la llegada de su huésped más importante, llamó al Gerente sin demora. El Gerente, un hombre de mediana edad vestido con pulcra formalidad, se acercó de inmediato.
—Señor Castillo, qué gusto verlo de nuevo por aquí. Dígame, ¿en qué puedo servirle y ayudarle el día de hoy? —saludó el Gere