El motor del vehículo de lujo volvió a rugir suavemente, alejándose de la residencia de Theresia en la tranquila zona de Puebla. Yago Castillo se deslizó desde el asiento que ocupaba su madre hasta el centro de la cabina, observando la casa de su refugio desaparecer. La victoria corporativa estaba sellada, pero el frío profesionalismo se desmoronaba. La estabilidad económica era un reflejo vacío de la estabilidad que él ansiaba desesperadamente en su vida.
Yago se reclinó, ajustándose la corbata, un gesto de su mente ordenada que intentaba imponer calma al torbellino interno. La urgencia de la jornada de negocios había sido reemplazada por una necesidad personal aún más imperiosa: el fin de la cuenta regresiva.
—Carlos —ordenó Yago, su voz recuperando el tono ejecutivo, pero con una dirección inesperada—, no regreses a las oficinas. Vamos a la Joyería Altesse. Dirección: Blvd Atlixcayotl 4931 Loc. L-65 PB, Col. Heroica Puebla de Zaragoza.
Carlos, su chofer, asintió sin hacer preguntas.