El estruendo de la rueda de prensa se apagó en el hall de CIRSA Puebla. La Estirpe Castillo se movió con la eficiencia de ejecutivos que habían cumplido con su teatro corporativo. La camioneta de Ludwig, con Diana (silenciosa y furiosa por su derrota táctica), Joren y Heinz, arrancó primero.
Yago se dirigió a su propio vehículo. Abrió la puerta trasera con cortesía y esperó a que su madre, Theresia, se instalara. Yago se deslizó junto a ella, en el asiento trasero.
—Carlos, lleva a mi madre a casa, por favor —indicó Yago a su chofer.
La camioneta se incorporó al tráfico vespertino de Puebla. El silencio inicial se rompió con la voz de Yago, marcada por la satisfacción de la victoria obtenida.
—Madre, agradezco mucho tu apoyo hoy. Fue crucial. Lo significó todo. Sabes que tu respaldo es la única legitimidad moral que necesito en esa sala.
Theresia, con su habitual sobriedad, miraba fijamente el camino. El movimiento del auto era pausado, y ella usó el tiempo para ir directo al grano, si