Belém tomó una respiración profunda, la última bocanada de aire honesto que compartiría con Aria por el resto de la noche. Se secó con el dorso de la mano las últimas huellas de las lágrimas, el dolor y la confesión. Le dio a su hermana un abrazo rápido y fuerte, un nudo mudo de gratitud y desesperación.
—Gracias, Aria —murmuró, su voz todavía áspera, pero con un tono de finalidad.
Con una coreografía ensayada mil veces, se puso de pie frente al espejo. Sus manos temblaron ligeramente mientras alisaba el vestido que había usado esa mañana en la empresa, el mismo que la había hecho sentir vulnerable frente a King, pero que ahora usaría como arma de distracción frente a Javier. Era un vestido que no buscaba la elegancia, sino la sensualidad, una prenda tan sexy que apenas dejaba algo a la imaginación, diseñado para proyectar una imagen de poder y atrevimiento. Era el uniforme que se había puesto para su guerra silenciosa por la supervivencia en el despacho.
Mientras Belém bajaba las esc