La mañana siguiente, Belém se levantó con el sol de Veracruz, pero sin la tranquilidad que usualmente le traía. El aire salado y húmedo, que antes la llenaba de energía, ahora se sentía pesado, opresivo. Se preparó para ir al despacho, cada movimiento mecánico, su mente atrapada en un bucle de ansiedad. Desde la llamada del día anterior, su cabeza no dejaba de pensar en lo que iba a decir, lo que iba a suceder cuando se enfrentara al Licenciado King.
Lo único que la mantenía anclada, evitando que su pánico la consumiera por completo, eran las palabras de King: "No te despediré, Belém, pues eres una excelente abogada y una socia valiosa para el despacho." Esas palabras eran su tabla de salvación, la garantía de que su carrera, su posición, su estatus, no serían borrados de la noche a la mañana. Pero la tranquilidad era frágil, construida sobre un campo minado de incertidumbre. La siguiente frase de King resonaba en su mente, mucho más potente y preocupante: "Pero nuestra relación senti