La camioneta de Yago se detuvo suavemente frente a la modesta, pero acogedora casa de Nant. El sol de la tarde se filtraba a través de las copas de los árboles, proyectando largas sombras sobre la acera. Carlos, como siempre, se apresuró a abrir la puerta para que la madre de Nant, la hermana menor y Nant bajaran. El padre de Nant, que ya había llegado a casa después de terminar su turno de trabajo, salió a recibirlos. Su semblante, un tanto serio y con la voz profunda que lo caracterizaba, reflejaba la dignidad de un hombre que ha trabajado duro toda su vida. El encuentro fue formal pero cordial. El padre de Nant saludó a Yago con una amabilidad que no ocultaba su reserva.
—Buenas tardes, Yago. Es un gusto verte de nuevo —dijo, estrechando la mano de Yago con firmeza.
—Igualmente, señor. Un placer —respondió Yago, devolviéndole un apretón de manos igual de fuerte. A pesar de su inmensa riqueza, Yago siempre había valorado la fuerza y el respeto, y el padre de Nant, con su firmeza, le