Las puertas traseras de la camioneta se cerraron con un suave y hermético clic, aislando a los ocupantes del bullicio de la calle. El interior, suntuoso y silencioso, se convirtió en una burbuja de lujo. Nant, su hermana menor y la amiga de esta, Sofía, se acomodaron en los mullidos asientos de cuero. Sofía aún miraba a su alrededor, asombrada por cada detalle del interior elegante del vehículo. La opulencia de la camioneta, que ya la había dejado sin aliento, no dejaba de impresionarla, sus ojos curiosos escaneando cada costura, cada panel de madera pulida, cada brillo metálico. Era un mundo completamente nuevo para ella, uno que solo había visto en películas.
La hermana menor de Nant, sin embargo, se recuperó de su asombro más rápido. Con la familiaridad y el cariño que solo un lazo familiar permite, se inclinó hacia adelante, su mochila cayendo a sus pies, y saludó a Yago con una sonrisa radiante.
—¡Hola, Yago! —exclamó con entusiasmo, su voz llena de la energía pura de la adolesce