La reunión en el restaurante concluyó tal como Yago había previsto, con el incondicional —aunque inicialmente renuente— apoyo de su madre. La astucia de su estrategia había logrado perforar el escepticismo y la ira de Theresia, transformándolos en una calculada aceptación. Una vez finalizado el desayuno, el trío abandonó el elegante establecimiento. Al salir del hotel, la imponente camioneta de lujo de Yago ya los esperaba en la entrada principal, su carrocería negra reluciente bajo el sol matutino. Carlos, el chofer personal de Yago, estaba de pie junto a la puerta del conductor, impasible y eficiente.
Yago se aproximó al vehículo, su rostro denotaba satisfacción por el éxito de la primera fase de su plan. Abrió la puerta trasera para Theresia y Nant, asegurándose de que ambas estuvieran cómodamente sentadas antes de rodear la camioneta para ocupar el asiento del copiloto. Una vez dentro, se ajustó el cinturón de seguridad y se giró ligeramente hacia Carlos.
—Carlos, por favor, lleva