El vapor aromático del jacuzzi envolvía el lujoso baño de la suite presidencial, creando una atmósfera íntima y etérea. Yago, sentado en el borde de la bañera, con el rostro marcado por un remordimiento inusual y una vulnerabilidad que rara vez mostraba, había confesado su culpa, su descuido, su arrepentimiento por la posibilidad de un embarazo. Sus palabras, "Perdón, Nant", "si hubiera sabido", "me hubiera puesto preservativo", resonaban en el aire, cargadas de una sinceridad que conmovió a Nant hasta lo más profundo de su ser.
Nant, sumergida en el agua tibia, observaba a Yago. Ver al hombre de acero, al estratega implacable, tan desarmado por la culpa, tan preocupado por ella, fue una revelación aún más impactante que su "pequeña humanidad" anterior. Su corazón se apretó de una mezcla de ternura y una necesidad imperiosa de aliviar su angustia. No quería que él sintiera ese peso, no por algo que ella también había deseado, aunque fuera de forma inconsciente en el fragor de la pasió