Nant salió del baño envuelta en una toalla suave y esponjosa, su piel sonrosada por el vapor y el agua caliente. La tensión que había estado enroscada en su cuello y hombros se había disipado, reemplazada por una sensación de profunda calma. Gran parte de esa relajación no solo venía de las burbujas y los aromas de las sales de baño, sino de las palabras de Yago, esa inquebrantable promesa de apoyo y familia. Y, sorprendentemente, también de las propias palabras que ella le había regalado a él, la reafirmación de que "todo saldrá bien" y que lo enfrentarían juntos. Haber sido la roca para Yago, aunque fuera por un instante, había solidificado su propia determinación.
Yago la observó salir, su mirada recorriendo su figura envuelta en la toalla. Una sonrisa genuina, ya no forzada, iluminó su rostro. Había dejado las botellas de sales y aceites a un lado y ahora estaba de pie junto a la cama, un pantalón de chándal y una camiseta que acentuaban su físico formidable.
—¿Te sientes mejor, m