El suave abrazo del sueño profundo, compartido con Yago, había sido efímero para Nant. Apenas habían transcurrido unas pocas horas desde que ambos cayeron rendidos al éxtasis, y ya la mente de Nant se había activado, atrapada en un torbellino de pensamientos. La tenue luz del amanecer comenzaba a filtrarse por las cortinas de seda del penthouse, pintando la vasta suite con tonos grises y rosados, pero la paz exterior no se correspondía con la agitación interna de Nant.
Su mente, implacable, regresó a la revelación de la aplicación de su calendario. La flor rosa brillante que marcaba sus días más fértiles danzaba ante sus ojos cerrados, una imagen persistente que la llenaba de una mezcla abrumadora de temor y una incipiente, aunque aún velada, fascinación. La posibilidad de una nueva vida, de un hijo con Yago, era un concepto tan monumental que apenas podía asimilarlo. Era una idea que lo cambiaba todo, que redefinía su futuro de una manera que nunca había contemplado. El peso de esa p