La revelación del regalo de Nant y la posterior broma de Yago sobre la propuesta de matrimonio habían creado un momento de intimidad y sorpresa palpable en la mesa. La atmósfera, que minutos antes había estado cargada de la formalidad de los negocios y las estrategias, ahora vibraba con una ligereza inusual, teñida de romance y un afecto genuino. Los postres habían sido terminados, y el suave tintineo de las cucharas contra la porcelana había cesado, dejando un silencio expectante. Eunice, aunque había captado la esencia emocional de la situación —la alegría de Nant, la sonrisa inusual de Yago—, aún no comprendía completamente la tradición o el profundo simbolismo detrás de la entrega del reloj en ese particular contexto. Su curiosidad, mezclada con una pizca de inocencia y su deseo de entender el mundo de los Castillo, la impulsó a preguntar.
—¿Por qué el reloj? —preguntó Eunice, su voz suave, casi un susurro que temía romper la magia del momento, dirigiéndose a Yago y Joren por igua