Una vez que Nant y Eunice estuvieron cómodamente sentadas, un silencio momentáneo se cernió sobre la mesa. La formalidad del ambiente del restaurante de lujo, la reciente demostración de poder, y la presencia imponente de Yago y Joren, creaban una atmósfera de expectación. Sin embargo, esa solemnidad se rompió de forma inesperada.
Joren y Yago, en lugar de sentarse de inmediato, se miraron el uno al otro. Una chispa de competencia y familiaridad, casi una travesura infantil, brilló en sus ojos. Esta vez, no era una simple mirada de reencuentro, sino un desafío tácito. La cabecera de la mesa, el lugar de honor y autoridad, estaba vacía, y ambos parecían tener el mismo objetivo.
Fue un movimiento casi imperceptible al principio, un ligero ajuste de postura en ambos, una tensión en sus músculos que Nant, ya familiarizada con las dinámicas de los hermanos, reconoció de inmediato.
—Yo me siento aquí —dijo Joren, con un tono que intentaba ser casual, pero con una sonrisa ladeada que delatab