El ambiente en la mesa, aunque relajado después de la pequeña contienda por la cabecera, aún mantenía una formalidad implícita. Un mesero, impecablemente vestido y con una libreta en mano, se acercó a la mesa de los Castillo, su rostro profesional y atento.
—Buenas noches, señores y señoritas. ¿Están listos para ordenar? —preguntó el mesero, con una voz suave y respetuosa.
Nant, con una naturalidad que sorprendió a Eunice y dejó pensativo a Joren, tomó la iniciativa. Se volvió hacia Yago y Joren, su mirada curiosa pero segura.
—Cariño, ¿de cuántos tiempos va a ser la cena, Joren? —preguntó Nant, su tono relajado, como si estuviera en su propia casa.
Ambos hermanos se miraron, una chispa de entendimiento cruzó entre ellos, y dijeron al unísono, con una sincronía casi perfecta:
—De tres tiempos.
Con la confirmación, Nant asintió al mesero y comenzó a ordenar con una fluidez que denotaba conocimiento y experiencia en cenas de alto nivel.
—Para mí, una crema de champiñones de entrada, por