Las palabras de Joren habían sido el ancla que Eunice necesitaba. Su voz suave, la firmeza de su agarre y la promesa inquebrantable de su apoyo disiparon la neblina de su ansiedad. Con un suspiro final, Eunice se tranquilizó, su mente aceptando que, con Joren a su lado, podría enfrentar cualquier cena, cualquier cubierto y cualquier mirada. Confiaría en él.
Mientras tanto, la noche avanzaba, y la precisión se volvía primordial. En el lujoso hotel de Puebla, el escenario para la cena ya estaba puesto.
Exactamente a la hora acordada, o quizás con una diferencia de segundos imperceptible para el ojo común, Yago y Nant llegaron a la par al hotel. Su entrada fue, como siempre con Yago, un estudio de poder silencioso.
Yago ya estaba vestido para la ocasión, exudando una elegancia imponente y discreta que lo caracterizaba. Llevaba un traje de corte impecable de color gris oscuro, casi antracita, confeccionado con una lana fría de alta calidad. La camisa blanca de vestir era de algodón egipci