El aire en la lujosa casa de Joren parecía haberse vuelto denso, cargado con el peso de las expectativas. El crepúsculo se cernía sobre la ciudad de Puebla, y las luces de las calles comenzaban a titilar, pero dentro de la habitación, el ambiente era opresivo para Eunice. El elegante vestido negro, de un tejido sutilmente brillante y un corte sofisticado que Joren había escogido para ella con tanto cariño, descansaba ahora sobre el regazo de Eunice. En lugar de ser un símbolo de la emoción y el lujo de una noche prometedora, se había transformado en un recordatorio ominoso de un mundo al que sentía no pertenecer, un abismo insalvable entre su sencilla realidad y la opulencia de los Castillo. Su suavidad en sus manos se sentía como una tela de juicio, una prenda que la juzgaba.
La explicación de Joren, aunque había sido formulada con la ternura y sinceridad más profundas que él era capaz de ofrecer, no logró disipar por completo el cúmulo de preocupaciones que se agolpaban en la mente