La atención del vendedor, antes teñida de escepticismo, ahora era una devoción total. Consciente de la importancia de la elección de Nant, y con una nueva comprensión de a quién le estaba vendiendo, su conocimiento enciclopédico de los relojes se puso en pleno uso. Presentó una selección exquisita, desde piezas audaces y llamativas hasta otras de una sobriedad deslumbrante.
Mientras Nant examinaba las piezas, aún intrigada por el misterio de la aversión de Yago a los relojes de pulsera, el vendedor, con una sonrisa más genuina que antes, se inclinó ligeramente.
—Señorita Nant —dijo el vendedor, su voz baja y confidencial—, si me permite una sugerencia… conozco un poco al señor Yago. De hecho, fuimos compañeros de preparatoria, aunque él estaba en un nivel más avanzado. Sé que él tiene un gusto muy particular.
Nant levantó la vista, sorprendida. La conexión del vendedor con Yago era un detalle inesperado que agregaba una capa más a la complejidad de la situación.
—¿Ah, sí? —preguntó Na