La camioneta de lujo se detuvo frente a la casa de Nant, una residencia cómoda pero modesta en comparación con la opulencia del Palacio de Cristal y la mansión de los Castillo. La emoción de las compras y el alivio de la puntualidad se encontraron de golpe con una presencia inesperada en la entrada: el padre de Nant. Su rostro, habitualmente sereno, estaba ahora surcado por una expresión de molestia y visible incomodidad. La presencia del imponente vehículo y la ausencia prolongada de su familia lo tenían visiblemente alterado, especialmente en un momento tan delicado de sus vidas. La tensión de su inminente divorcio ya flotaba en el aire de la casa, una capa invisible pero densa que hacía cada interacción un poco más ardua. Cada desviación de la normalidad, por pequeña que fuera, lo exasperaba.
El padre de Nant no esperó explicaciones. Sus preguntas, formuladas con un tono que denotaba una mezcla de preocupación genuina por el bienestar de su familia y un reproche subyacente por la r