El vestido de Nant se había deslizado al suelo con un susurro sedoso, formando un charco de tela oscura a sus pies. El aire fresco del penthouse acarició su piel, pero el calor del cuerpo de Yago, envolviéndola desde la espalda, era una marea que la consumía. Sus labios, cálidos y firmes, continuaron su exploración por la curva de su cuello, depositando besos lentos y profundos que la hicieron estremecerse hasta el alma. Cada caricia, cada roce, era una chispa que encendía un fuego creciente en su interior.
Lo que sucedió a continuación no fue un acto premeditado, ni una decisión consciente, sino una respuesta visceral, una rendición total a la fuerza de su propio cuerpo. Nant le correspondió los besos y las caricias a Yago con una intensidad que la sorprendió a sí misma. Sus manos, antes tímidas, ahora se movían con una audacia que no reconocía, pero que sentía profundamente suya. Sus dedos se entrelazaron en el cabello de Yago, tirando suavemente para profundizar el beso en su cuell